El título es lo de menos
Podría empezar
este escrito de mil formas distintas, una lástima que no las conozca todavía. Apago la luz -tenía que haber comprado esta tarde esas
velas aromáticas de vainilla que dan un toque bohemio y sin embargo aquí estoy,
iluminada por el brillo en modo economizador de la pantalla del ordenador– leo
el principio, cada vez me gusta menos, pero ahí se va a quedar, como la mayoría
de cosas que tengo y custodio cual
tesoro valioso sólo por haber pertenecido a alguna etapa de mi vida, si no explícame
tú por qué sigo guardando esas cartas, algunas hechas pedazos en una caja de
zapatos, caja de zapatos que decidí no tirar y almacenar en el armario con las
otras ocho a las que algún día daré uso; no lo intentes porque no hay
explicación posible a esto, ni teorías que puedan servirme. Sin embargo con las
personas sucede todo lo contrario, muchas vienen, algunas se quedan lo que dura
una mirada con un desconocido en el metro de Madrid, otras deciden que un café
se nos quedaría corto, incluso las más valientes han llegado a convivir conmigo
todo un verano, pero ya os aseguro que ninguna ha cometido la locura de pasar
en mi habitación más de 48 horas seguidas.
Durante los momentos
más inspiradores del día, aunque pueda considerarse un peligro para la
humanidad, me da por indagar en lo más hondo de mis pensamientos, y llego a la
conclusión de que la cantidad de personas que nos rodean son como las
canciones, que nuestros amigos y familiares son nuestra banda sonora, sí, sé que a todos os encantaría veros desde fuera
escuchando la música que cada día os da la vida, y no , no me estoy volviendo loca, por ahora.
He dicho antes que aquí no valen teorías, pero qué os voy a contar, soy una chica mala que se salta las reglas así que ahí va: el hombre es una canción para el hombre, «y como un lobo voy detrás de ti», (espero que Míster Bosé no lea esto y tenga sed de derechos de autor). Pues sí, esa persona equivalente a la canción que escuchaste en aquella fiesta y que te encantó desde el primer segundo, pero que, al llegar a casa no sabías ni su nombre, y es que, el título a veces es lo de menos, como aquello de: « No juzgues a un libro por su portada» pues lo mismo con las canciones, porque de repente tu artista favorito, pongamos como ejemplo a mi Santa Zahara, saca un nuevo disco, totalmente contrario a lo que te esperabas, comienzas a ver las canciones y piensas, «pero chiquilla ¿qué ha pasado con nuestro chico fabuloso?» y más adelante sin darte cuenta estás en uno de sus conciertos gritando con tu mejor amiga y lágrimas en los ojos que Yola mola mil.
Con las personas ocurre exactamente lo mismo, tú me ves, me juzgas, yo te veo, te juzgo, si me gustas te añado a mi lista de reproducción mental de spotifyamiguis y si no puerta, aunque ¿cuántas veces habéis detestado a una persona en un primer momento y al final ha acabado siendo imprescindible en tus momentos más alocados?, por no mencionar esas que no te puedes quitar de la mente, que no te dejan ni pensar, casi ni respirar, que revolotean por tu cabeza, y ya no sabes si hablo del estribillo de tu canción favorita o de esa persona especial. Que yo lo acepto, que empezamos con un nombre, y seguimos con sentimientos, emociones, risas, llanto; acabamos desmenuzando a la canción o persona internamente, cada vez que la escuchas descubres algo nuevo de ella, sus ritmos, esa melodía acompañada por un escalofrío quizás musical.
He dicho antes que aquí no valen teorías, pero qué os voy a contar, soy una chica mala que se salta las reglas así que ahí va: el hombre es una canción para el hombre, «y como un lobo voy detrás de ti», (espero que Míster Bosé no lea esto y tenga sed de derechos de autor). Pues sí, esa persona equivalente a la canción que escuchaste en aquella fiesta y que te encantó desde el primer segundo, pero que, al llegar a casa no sabías ni su nombre, y es que, el título a veces es lo de menos, como aquello de: « No juzgues a un libro por su portada» pues lo mismo con las canciones, porque de repente tu artista favorito, pongamos como ejemplo a mi Santa Zahara, saca un nuevo disco, totalmente contrario a lo que te esperabas, comienzas a ver las canciones y piensas, «pero chiquilla ¿qué ha pasado con nuestro chico fabuloso?» y más adelante sin darte cuenta estás en uno de sus conciertos gritando con tu mejor amiga y lágrimas en los ojos que Yola mola mil.
Con las personas ocurre exactamente lo mismo, tú me ves, me juzgas, yo te veo, te juzgo, si me gustas te añado a mi lista de reproducción mental de spotifyamiguis y si no puerta, aunque ¿cuántas veces habéis detestado a una persona en un primer momento y al final ha acabado siendo imprescindible en tus momentos más alocados?, por no mencionar esas que no te puedes quitar de la mente, que no te dejan ni pensar, casi ni respirar, que revolotean por tu cabeza, y ya no sabes si hablo del estribillo de tu canción favorita o de esa persona especial. Que yo lo acepto, que empezamos con un nombre, y seguimos con sentimientos, emociones, risas, llanto; acabamos desmenuzando a la canción o persona internamente, cada vez que la escuchas descubres algo nuevo de ella, sus ritmos, esa melodía acompañada por un escalofrío quizás musical.
Y es que a veces,
y digo a veces porque no me gusta predicar sin el ejemplo, es importante hacer
buen uso de las oportunidades que podemos dar o reservarnos, de seguir nuestro
ritmo, de acompasarnos, de dejarnos llevar sin pensar demasiado.
Comentarios
Publicar un comentario