Cuando la ignorancia es felicidad, es una locura ser sabio.

Para intentar descubrir quién y cómo soy nunca había recurrido a realizar un ensayo sobre mi identidad, ni sobre los rasgos que la conforman, aun menos se me habría ocurrido elegir sólo uno de ellos y rellenar con él tres hojas que acabarían siendo juzgadas y analizadas por el que esté leyendo este maravilloso caos, que debe tener en cuenta que a pesar de estar sincerándome y descubriéndole una faceta de mí, no estoy siendo completamente yo, benditas paradojas, en el intento de buscar palabras correctas, frases impactantes, anécdotas recurrentes, trato de  impresionarle, intentando que el mundo o en este caso usted me devuelva la pelota que les lanzo, una vez explicado esto, abandono las sendas de la divagación. Parafraseando a Fray Luis de León, religioso, humanista y profesor agustino del siglo XVI que tras haber estado en la cárcel cinco años por traducir algunos libros que no estaban bien vistos, sólo espero que cuando me gane la vida de traductora esto ya no ocurra, al volver a su cátedra después de los 5 años de ausencia, comenzó su clase con la frase: “Como decíamos ayer…”.Pues bien, como decíamos ayer o más bien antes, en mis intentos de autoconocimiento tenía asumido que si yo dudaba sobre mi personalidad estarían a mi disposición las revistas de adolescentes, y no tan adolescentes, con sus entretenidos y precisos tests anunciados en sus portadas en mayúsculas letras como: “¿TIENES LAS IDEAS CLARAS?” o “¿QUIÉN ES TU MEDIA NARANJA?” para decirme quién es la persona con la que lidio las veinticuatro horas del día los 365 días del año. Sin embargo, por lo menos una vez en tu vida se presenta una ocasión en qué si tú no te preguntas quién o qué eres alguien lo hará, ya puede ser tu profesor de filosofía o tu nuevo compañero de clase, ese día mientras vuelves a tu casa con un conjunto de palabras sin nexos ni conexión alguna comenzarás a preguntarte… ¿Qué me hace ser lo que soy, cuál es mi identidad? De nuevo esa machacante lista de definiciones, como si estuvieses rellenando un formulario para encontrar pareja en Edarling.com, te hace reparar en que no te conoces.
 No es de extrañar que un científico sepa más sobre tecnología o un lingüista sobre actos de habla que acerca de ellos mismos en pleno siglo XXI, en el cual creemos tener un dominio absoluto sobre lo que nos rodea, como buenos humanos hemos abandonado la línea recta de la naturaleza y en vez de adaptarnos a ella como el resto de animales para sobrevivir la hemos ajustado a nosotros, ¿Cómo van a ser el hombre o la mujer capaces de transformarse cuando ni si quiera se conocen? Recalco aquello de “ no es de extrañar que[…]en pleno siglo XXI”, ya que si volvemos la vista atrás y nos situamos en la antigua Grecia descubriremos que uno de los principios fundamentales de la moral era conocerse a uno mismo y así quedó inscrito en el templo del oráculo de Delfos. Avanzando en la historia advertimos que la importancia de ser autoconsciente queda anclada en el olvido, pues en la actualidad cuando toda la esfera se rige por modas, se nos exige gozar de personalidad, pero… ¿Cuántos de nosotros podemos decir que sabemos quiénes somos?, ¿Existe alguien que lo sepa? Quizás haya un grupo exclusivo de sabios del que me excluyo que sepan con toda certeza lo que son, por lo tanto y no con esto me quiero parecer al filósofo racionalista René Descartes, el rasgo que hace de mí ser lo que soy es la ignorancia en cuanto a mí misma. El necesitar una cantidad cuantiosa de tiempo para averiguar de qué estoy compuesta interiormente, lo que muchos dirían la esencia del alma, me produce una ansiedad pavorosa de crítica por una parte hacia la moral del Siglo XXI, que desde mi, ya no sabría si catalogarlo de humilde o soberbio, punto de vista está arraigada en una sociedad que en vez de personas se limita a crear máquinas condicionadas, atadas a prejuicios cuyo único quehacer es respetar unas normas preestablecidas; sociedades que enseñan a cumplir la norma pero no a cuestionarla, sociedades que adoctrinan, sociedades desmontables. ¿Es posible hablar de alienación? Posible es escuchar en los medios: “Eso de la sensibilidad y la identidad está muy bien, pero de que es una catástrofe económica no hay duda”
Por otra  parte  hago autocrítica y busco el porqué de la ignorancia en mí, que no debería entenderse con un matiz peyorativo. Podría asociar el no conocerme a conciencia con el modo de vida de prisas, impaciencia y presura que arrastro; por haber abandonado los esquemas y guiones, abriendo camino a un mundo de interpretación, e improvisaciones diarias; otro problema que puede estar causando un desconocimiento interno es mi rechazo a las llamadas etiquetas, éstas tienen una definición y encasillamiento para todos los comportamientos, relaciones, estados de ánimo o estilos habidos y por haber; afortunadamente yo sólo soy alérgica a dos cosas en este mundo: al pelo de los animales y a las etiquetas, y por si acaso se preguntan qué preferiría entre éstas les advierto, que participaría en el reality “Granjero busca esposa” teniendo en cuenta además que soy de esa minoría española que no goza de pueblo, antes que parecer una prenda de vestimenta recién comprada. Tanta animadversión siento por éstas que cada vez que voy de compras lo primero que hago es cortarlas, deshacerme de ellas, después de pagar, claro; es una práctica adquirida, entrenada, ejercitada; a diferencia de ustedes que la ropa les puede dar de sí, la mía da de no y cada tres meses vestuario nuevo, y etiquetas nuevas, y tijeras nuevas…, no, las tijeras son las de siempre, ¿Y yo, sigo siendo la de siempre? Elegí el rasgo de la ignorancia como parte de mi esencia porque igual que el conocimiento, me va a acompañar toda la vida, dado que siempre habrá información que no alcance. Sin embargo no se trata de una ignorancia resignada, sino de una ignorancia de la que soy consciente, que me estimula para descubrir todo aquello que nos envuelve. Es un rasgo que cada vez que pierdo aunque en pequeñas dosis sea, me hace ser otra, plantear nuevos enfoques, entender distintos puntos de vista, cuestionarme más y más el mundo, aquella esencia sin la cual dejo de ser la que era. ¿Podría decirse entonces que mi identidad es la ignorancia? Podría decirse, pero podríamos decir tanto y tendríamos tan poco claro...
Tengo que confesarlo, se me ha hecho muy difícil reflexionar acerca de mí y no haber nombrado antes a mis apreciados “Beatles”, por lo que haciéndoles un pequeño homenaje reproduzco en este escrito una frase con la que me identifico en exceso: “Living is easy with eyes close, misunderstanding all you see”, porque tiene razón, la vida es menos dura si cierras los ojos y dejas que todo fluya sin saber qué está ocurriendo, si en vez de poner los telediarios matutinos lees un libro, o riegas tus plantas  te ahorras el sufrimiento de conocer las atrocidades a las que están expuestas millones de  personas, y señores, señoras, he aquí, en la ignorancia el camino a una felicidad relativa, y digo relativa porque no todo el mundo opinará igual ni pensará que sabiendo poco puedes ser dichoso, pero en este punto y a aquellos que no compartan mi parecer, les planteo que si el conocimiento es lo que nos aporta la felicidad ¿El que no dispone de conocimiento, no conoce la felicidad? El que menos preocupaciones tiene y mejor duerme por las noches es el que ignora, el que desconoce a propósito o al azar. Porque la ignorancia, por mucho que nos pese nos otorga la felicidad, y si empleas la vida buscando el significado de felicidad, nunca conseguirás alcanzarla.
Siento que el final se aproxima. Rápido que me traigan el postre, mi café y un licor, que estos tres manjares, y no sólo la ignorancia, hacen de la vida algo menos arduo.


            

Alba Pérez González 

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